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Infancia en traje de rayas - ebook

Wydawnictwo:
Rok wydania:
2019
Format ebooka:
EPUB
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Infancia en traje de rayas - ebook

“La infancia en traje de rayas” – es uno de los documentos más conmovedores del trágico destino de los prisioneros de Auschwitz y asimismo, la imagen impactante del campo visto a los ojos de un niño. El autor describe de forma concisa el hambre, el miedo, la soledad y la desesperación de los niños arrancados del mundo seguro de la infancia y dejados a merced de la violencia y la muerte, y el quasi seco estilo de la narración aún refuerza el dramatismo de las escenas presentadas.

Las experiencias del campo se quedaron profundamente grabadas en la memoria de Bogdan Bartnikowski. Sobre sus memorias de  aquella época decía en una entrevista: “Yo quería echarlas, deshacersme de ellas. ¡Para siempre! Así que empecé a escribir mis recuerdos y los de mis compañeras y compañeros. Esperando que, una vez escritos, me abandonen. Por desgracia, no fue así ...”.

“La infancia en traje de rayas” apareció por primera vez en el año 1969.

La presente colección ha sido enriquecida con historias inéditas anteriormente: “Judío”, “La vida de nuevo”, “Evacuación”, “Congelarse”, “Bombas”, “Piedras”, “Dentro de poco”, “Las últimas horas”, “Marcha de la muerte”, “Salvas de honor”.

Kategoria: History
Język: Hiszpański
Zabezpieczenie: Watermark
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ISBN: 978-83-7704-294-6
Rozmiar pliku: 704 KB

FRAGMENT KSIĄŻKI

Niños en Auschwitz

A partir de documentos del campo de concentración parcialmente conservados y de datos estimativos, se ha concluido que como minimo entre el millón trescientas mil personas que fueron deportadas al campo de Auschwitz, alrededor de 232.000 eran niños o jóvenes menores de dieciocho años. Este número comprende alrededor de 216.000 judíos, 11.000 romaníes (gitanos), al menos 3.000 polacos y algo más de 1.000 bielorrusos, rusos, ucranianos y de otras procedencias.

La mayoría de ellos fue transportada a Auschwitz junto con sus familias dentro de distintas acciones dirigidas contra grupos nacionales o sociales. De esta cifra se registraron en el campo algo más de 23.500 niños (sobre un registro total de 400.000) que fueron asesinados en las cámaras de gas nada más llegar al campo.

Niños judíos

El grupo más numeroso de niños transportados al campo fue el de los niños de origen judío. Lo más habitual era que fuesen transportados al campo junto con los adultos a partir de los primeros meses de 1942 dentro de la así llamada solución final al problema judío, es decir, el exterminio de la población judía de Europa. Los niños, no aptos para el trabajo, eran dirigidos directamente desde la rampa de descarga del tren hacia las cámaras de gas, donde eran asesinados. Entre los elegidos para trabajar a veces se encontraban pequeños grupos de jóvenes, chicos y chicas; e incluso en 1944, debido a la gran falta de mano de obra, se llegaron a emplear a niños de 13 y 14 años en, por ejemplo, la refinería de Trzebinia o la mina de carbón mineral de Jawiszowice. Además de eso, a partir de la mitad de 1943, se escogió de entre los transportes judíos a niños para ser usados en los criminales experimentos pseudomédicos de los doctores de las SS, entre ellos el doctor Josef Mengele.

Algo diferente fue la suerte que corrieron los niños de los transportes de judíos provenientes del campo-gueto de Terezin, que llegaron al KL Auschwitz entre 1943 y 1944. Fueron internados en un campo familiar especialmente habilitado en Birkenau, por lo que esos niños permanecieron allí con sus padres. El funcionamiento temporal de este campo familiar (durante 11 meses), al igual que el campo destinado a los gitanos, fue un acto de camuflaje propagandístico. En este caso se trataba de inducir a error a la opinión pública, así como a las propias víctimas, sobre el verdadero objeto de “la deportación al Este”.

Niños romaníes

El segundo grupo más numeroso de niños y jóvenes fue el de los gitanos, quienes durante 17 meses (entre febrero de 1943 y agosto de 1944), igual que los judíos de Terezin, permanecieron en el campo familiar especialmente dispuesto en el terreno de unos de los sectores del campo de Birkenau (BIIe). Entre los 11.000 niños que pasaron por este campo, casi 9.500 no tenían más de 15 años, y 378 vinieron al mundo allí.

Durante un corto espacio de tiempo, los niños disfrutaron de ciertos privilegios: podían permanecer con sus más allegados y recibían un alimento algo mejor. El verano de 1943, por orden del médico en jefe de las SS de aquel campo, el doctor Josef Mengele, se montó en el sector BIIe el así llamado Kindergarten (jardín infantil), que cumplía con la función de guardería y pre-escuela al mismo tiempo; había un patio para que los niños jugasen provisto de un carrusel, arena y columpios. Los niños del Kindergarten fueron objeto de los experimentos del dr. Mengele.

La posición “privilegiada” de los niños gitanos no duró sin embargo mucho tiempo. Las catastróficas condiciones higiénico-sanitarias llevaron a brotes de tifus, sarna y otras enfermedades que provocaron un gran aumento de la mortandad. Para una parte de los niños, las pruebas del dr. Mengele finalizaban con una inyección letal de fenol, tras lo cual se llevaba a cabo la disección del cadáver, punto final del “experimento”. En mayo de 1944 se llevó a cabo la eliminación del campo familiar, finalizando el 2 de agosto con la muerte de los restantes 3.000 hombres, mujeres y niños en las cámaras de gas de Birkenau.

Niños polacos

Los niños y los jóvenes polacos fueron llevados al campo, entre otros modos, en transportes de prisioneros políticos: se trataba de personas detenidas por colaborar con la resistencia, de rehenes, de personas apresadas en redadas en las calles o a modo de represión contra la juventud polaca.

Ya en los primeros transportes de polacos al KL Auschwitz, iniciados en los meses de junio, julio y agosto de 1940, había muchachos de dieciséis y diecisiete años, y en algunos casos incluso de niños de catorce años.

Los niños polacos se encontraban igualmente entre los desplazados de la región de Zamość. De entre más de 1300 personas transportadas en tres convoyes había al menos 150 niños y jóvenes, tanto chicos como chicas. El destino de estos últimos fue particularmente trágico. Tras varias semanas de permanencia en el campo, prácticamente todos los muchachos fueron asesinados con inyecciones de fenol. Muchas de las muchachas de los transportes de Zamość murieron igualmente en un breve lapso de tiempo debido al tifus, el hambre o tras ser seleccionadas junto con sus madres para ir a las cámaras de gas.

El siguiente grupo más numeroso de niños polacos estaba formado por los niños de Varsovia, capturados junto con sus padres tras el levantamiento de agosto de 1944. A través del campo de tránsito de Pruszków, casi 13.000 personas fueron transportadas entre agosto y septiembre, de las cuales 1.500 eran bebés, niños y jóvenes.

Los niños también se encontraban entre los polacos retenidos en el campo de Auschwitz juzgados sumariamente por ejemplo por contrabando de alimentos o por fugarse de los trabajos forzados. Este tipo de juicio por norma los condenaba a todos a muerte.

Niños de los terrenos de la Unión Soviética

Durante los años 1943-1944 fueron transportados al KL Auschwitz más de mil niños y jóvenes procedentes de los terrenos ocupados de la Unión Soviética.

La mayoría de ellos provenía de Bielorrusia. Se trataba de niños atrapados junto con adultos durante la pacificación de distintas poblaciones, particularmente de la región de Minsk y de Vitebsk, por parte de divisiones de la policía alemana, concretamente por el Einsatzkommando 9. Parte de los apresados fue asesinada inmediatamente y parte (unos 6.000 entre hombres, mujeres y niños) deportada al KL Auschwitz. En poco tiempo la mayoría de los niños murió. Algunos fueron trasladados a los campos para niños del Este en Potulice, junto a Bydgoszcz, así como a Konstantynów, junto a Łódź.

Los niños rusos y bielorrusos fueron también transportados desde los campos de concentración de Majdanek y Stutthof, en 1944. Además, fueron destinados al campo jóvenes rusos y ucranianos (tanto chicos como chicas) que habían sido capturados tras huir de los trabajos forzados en Alemania.

Niños nacidos en el campo

Al principio de la existencia del campo para mujeres, los niños nacidos en el campo eran asesinados sin atender a su nacionalidad y sin que se anotase en la documentación del campo.

Desde mediados de 1943 dejaron vivir a los niños de las mujeres de origen no-judío. Varios días después de su nacimiento eran registrados y se les asignaba un número. Los hijos de las prisioneras judías fueron asesinados regularmente hasta octubre de 1944, cuando el exterminio de judíos se detuvo. Los únicos que no fueron asesinados fueron los niños del así llamado ‘campo familiar’ para judíos de Terezin. Sin embargo, no se han conservado documentos que informen sobre su número. Lo que sí se sabe es que todos murieron durante la liquidación del campo en julio de 1944.

De los documentos disponibles se desprende que en el campo de Auschwitz nacieron al menos 700 niños (incluyendo el campo familiar de los gitanos).

El destino de los niños

El destino de los niños y los jóvenes prisioneros no se distinguió esencialmente del destino de los adultos (con la excepción de algunos casos particulares de niños de los campos familiares). Igual que los adultos, sufrieron hambre, frío, fueron usados como fuerza de trabajo, castigados, asesinados, así como objeto de experimentos criminales llevados a cabo por los médicos de las SS.

Hacia finales de 1943, para los niños mayores de dos años se construyeron barracones aparte, los cuales no ofrecían condiciones diferentes de los barracones de los adultos. Incluso en el caso de los recién nacidos, las autoridades del campo no destinaron leche ni otros alimentos adecuados, condenándolos así a morir de hambre. Tan sólo tuvieron unas ciertas mejores condiciones los niños del barracón-hospital; el personal carcelerosanitario procuraba para ellos mantas extra, alimento, ropa o medicinas.

Lo más difícil fue organizar ayuda para los niños judíos, amenazados por constantes selecciones tras las que eran enviados a las cámaras de gas.

El exterminio de los niños del campo, así como su transporte a otros campos, sobre todo en la última etapa de su existencia, provocó que muchos de ellos no llegasen a ver la liberación.

Helena KubicaLlegada

Las niñas del orfanato gritan, se pelean, se arañan y lloran, pero las monjas no les prestan atención, rezan desde primera hora de la mañana, sus bocas se mueven sin un instante de descanso y los dedos no dejan de mover las cuentas del rosario. A veces alguno de los mayores le grita algo a las niñas, pero ellas orinan en los rincones del vagón y no les temen a los adultos, quienes dicen que eso no está bien, que somos muchos en el vagón y que cada vez apesta más.

El vagón se ha detenido. A través de la claraboya del techo por lo visto se puede ver la ciudad. A mí también me gustaría mirar, pero los adultos se han agolpado junto a la ventana y escuchan al ferroviario que viaja en nuestro vagón. Aquí él es una persona importante, sabe dónde está esa estación y sabe a dónde se puede ir desde esa estación. Él lo sabe todo.

– Nos hemos detenido en un semáforo – ha dicho después de que tras atravesar la ciudad el tren se haya detenido de nuevo. – Si vamos a la derecha, eso significa que nos transportan a Alemania. Si continuamos recto, vamos a Cracovia, a Katowice…

El tren pega una sacudida, de nuevo nos ponemos en marcha. Tras esperar un rato: a la derecha o recto, a la derecha… ¡no! Y todos respiran aliviados. Nos quedamos en Polonia.

Aún no había viajado ni una sola vez en un tren de mercancías. Incluso está bien. Si tan sólo se pudiera uno levantar, dar un par de pasos, mirar por la ventana, hacer pis cuando apetezca, beber agua… Porque en el vagón hace calor, echa peste, está lleno de basura y de polvo. Y si hubiera menos gente. Y si se pudiera ver algo a través de la ventana… pero está demasiado alta y los adultos dicen que no se puede. Varias veces he intentado mirar cuántos viajamos, pero al llegar a los cuarenta siempre me pierdo y lo dejo.

Cuando una vez, hace ya mucho tiempo, los italianos pasaron por Varsovia de camino al frente oriental, iban de pie junto a las puertas abiertas de los vagones, cantaban y nos saludaban agitando las manos. Estaban bien aquellos italianos. Uno de ellos, lo recuerdo bien, con bigotillo, tenía puesto un sombrero con una pluma y unas botas altas y brillantes. Yo ahora también agitaría la mano con gran placer tras la ventana, ¿pero cómo? Están enrejadas, y altas, y los alemanes no nos lo permiten, y disparan en cuanto alguien se asoma, y los adultos no lo permiten y tan sólo se miran entre sí…

Hemos viajado toda la noche y todo el día y apetece dormir. Todos se han agachado donde han podido, se han sentado en las tablas, las ruedas golpean, el vagón se balancea, las niñas han dejado de chillar, se han quedado dormidas y se han despertado sólo por un instante cuando alguien ha arrugado un papel en algún rincón, seguramente porque estaba comiendo algo, pero lo ha dejado en cuanto alguien le ha dicho “dame un poco” y de nuevo se ha hecho el silencio, tan sólo interrumpido por el rítmico traqueteo de las ruedas del tren.

– ¿Quieres comer algo, hijo? – escucho la cálida respiración de mamá pegada a mi oído.

– ¡No! – replico desagradablemente, sin abrir los ojos. ¡Mamá sólo quiere que coma y que coma! En casa, aquí, siempre. Si por fin pudiéramos bajar… ¡El tren aminora! ¿Quizás ahora podamos bajar?

Tras la ventana del vagón se arrastran las luces, lentamente, cada vez más lentamente, una sacudida, nos hemos detenido. Oh, los alemanes van pasando a lo largo del tren, dicen algo, pero no entiendo nada, sobre la pared se proyecta la luz de los cascos, de los fusiles, se van.

– ¡Eh, gente, por el amor de Dios, esto es Auschwitz! – susurra horrorizado el ferroviario y de repente cae tal silencio sobre el vagón que ni siquiera se oyen las respiraciones. ¿Por qué? Me levanto, me empino sobre los pies y echo una mirada a través de una rendija que hay en la puerta: nada, tan sólo una estación como muchas de tantas que ya hemos pasado, varias lámparas, en la pared del edificio las negras letras AUSCHWITZ, en el andén varios gendarmes, soldados, ni un solo civil. Y puede ser… ¿puede ser que estemos en Alemania?

– ¡Auschwitz!... ¡¿Aquí nos han traído?! No, no puede ser… – en la penumbra del vagón corren los murmullos. – Qué hemos hecho…

– ¡Nos movemos! – un suspiro de alivio – Seguimos la marcha… El tren avanza lentamente por la vía. Silencio, delicado balanceo del vagón, silencio, está bien, en seguida me duermo…

¿Qué es lo que… – pienso en sueños. – ¿De qué tienen todos tanto miedo? ¡Que vaya a la derecha! Lástima que papá no esté con nosotros, que se haya ido a algún sitio con los insurgentes. Siempre lo mismo, cada padre es igual. Uuuuh, qué ganas de dormir, no se puede estirar uno, no hay sitio, estrecho por todas partes, por todas partes hay gente tumbada. Y seguramente nadie duerme. Y nadie dice nada, y todos esperan, prácticamente sin respirar. El tren avanza lentamente, muy lentamente, los párpados se caen solos, dormir, dormir…

– ¡Vamos a la derecha! Amigos, a la derecha… – grita el ferroviario.

Alguien estalla en un llanto, alguien empieza con una letanía en voz alta. Hay algo terrible, no sé por qué, pero tengo miedo. Dormir, pasar el miedo durmiendo, cerrar los párpados con fuerza, quedarse dormido…

– ¡Hijo, no duermas, ahora no puedes! En seguida nos bajamos, aguanta, guárdate eso en el bolsillo. – Mamá me zarandea, me mete el paquete envuelto en el bolsillo, me viste. Somnolientamente me dejo hacer por sus manos temblorosas.

– ¡No quiero! – me sublevo de repente, ahora ya completamente despierto. – ¡Déjame en paz!

– ¡Quiero beber, quiero beber! – el pequeño Jacek rompe en un llanto que se oye en todo el vagón.

– Tan pequeño, qué lástima de niño – dice alguien desde la oscuridad. Hablan de Jacek. Seguramente es el más joven del vagón. Ese mocoso tendrá unos tres años.

Algo gotea en el rincón del vagón, seguramente se trata de nuevo de las niñas.

– Pues claro que lástima – dice alguien. – Pero de quién no sentir lástima. Llore por sí mismo.

– Mamá, ¿dónde están mis soldaditos? – me acuerdo de repente. Me los dio papá dos días antes del Levantamiento. Son marineros. Uno de ellos aguanta una bandera rojiblanca, igual que la que vi en Varsovia durante el Levantamiento. En Varsovia… Cómo será ahora allí, dónde estará papá, habrán derrotado los nuestros a los alemanes, seguramente… Y papá… Papá está allí, y es libre, tiene una pistola, puede que incluso un fusil, ¡y lucha! ¡Seguro! Y los marineros viajan conmigo, duermen ahora en la cajita. ¿Dónde está la caja? No lo sé, palpo a mi alrededor, no la encuentro, siento un cosquilleo en la nariz, en un momento lloraré…

– Hijo, ¿¡soldaditos?! ¡¿Y tú ahora con soldaditos?!

– Dónde están los soldaditos… – sollozo.

– Éste tampoco entiende nada. Parecía que se trataba de un hombrecito, pero se trata todavía de un mocoso – dice el ferroviario de la ventana. – Tiene soldaditos de plomo en la cabeza y mañana o como mucho pasado irá la cámara de gas…

– Eh, qué dice, como que van a llevar a los niños – duda alguien.

– ¡Y qué se piensa usted! ¡Los niños serán los primeros! Pero si los niños para ellos no son más que problemas. ¡Y después de los niños nosotros, en fila, todos!

– Mamaíta, ¿que significa eso del gas?

– No sufras, hijo, ¡no se lo permitiré! – Mamá me agarra con fuerza y me pega a su cuerpo. Está temblando por completo.

– ¡Duele! ¡Déjame! – me suelto.

– La Puerta de la Muerte – dice el ferroviario. – La reconozco… la había visto una vez de lejos. Entramos por esa puerta, o sea, entramos al campo de concentración. Esto es el fin… es nuestro fin… está lleno de alemanes junto a las vías… se acabó…

– A lo mejor pasamos de largo, quizás no nos detengamos y continuemos el camino…

– No, se trata de una vía muerta. De aquí no hay salida.

– Oh, ¡hay gente! ¡Con trajes de rayas! Son presos. Mañana nosotros estaremos como ellos.

– ¿Y dónde está el gas? – pregunto en voz alta, porque empiezo a tener curiosidad por eso que asusta a los adultos.

– ¿Que dónde está el gas?... ¡Allí! – el ferroviario me levanta hasta la ventana – ¡Mira! ¿Ves aquella chimenea?

Al otro lado de la ventana se ven filas de lámparas montadas sobre pequeños postes, y tras unos árboles se aprecia cómo brotan las llamas de unas chimeneas cuadradas, levantándose varios metros. Oh… me estremece un hedor horrible y desconocido.

– ¿Dónde estamos? – pregunto – ¿Y por qué echa tanta peste?

El ferroviario no dice nada. Me ha dejado firmemente sobre el suelo, incluso me ha dolido.

¡Qué griterío tan terrible! Con estrépito se abren las puertas del vagón. La luz brillante hiere los ojos. El ladrido de los perros, alrededor hay SS enfundados en sus uniformes verdes y ametralladoras en las manos y el insoportable griterío de la gente que va vestida a rayas: – ¡Bajad! ¡Cogedlo todo! ¡Rápido! ¡Rápido! Schnell !

Salto del vagón. Miro. Dos mujeres, una mayor y otra más joven, agarradas a un joven, no quieren dejar que se vaya allí adonde lo ha empujado un SS. El alemán grita algo, las mujeres sujetan al muchacho, lloran, el alemán empuña la ametralladora, ¿no irá a disparar? Eee, sólo querrá asustarlos… ¡No! ¡Ha disparado! Y ahí acaba todo… yacen en el suelo, los tres… y ya no grita nadie, sólo ladran los perros, mientras la multitud calla y avanza a pasitos cortos junto a los vagones, se coloca obedientemente en fila y espera.

– Schnell! ¡Rápido! ¡Rápido! ¡En marcha! – El grito se extiende por toda la fila. Los presos con trajes de rayas aún se siguen sumando a nosotros, colocándonos en filas de a cinco. Nos ponemos en marcha. Entre las paredes de alambre hay un camino. Tras los alambres hay filas de barracones. Allí está vacío, como en un sueño o algún cuento. A lo lejos, entre los árboles, se levantan las llamas y cada vez huele peor. ¡Oh! ¡Junto a la pared del barracón hay alguien!

– ¿De dónde sois? – pregunta. ¡Lo ha preguntado en polaco! ¡Es de los nuestros! ¡Un polaco!

– ¡De Varsovia! – le responden a gritos desde la fila.

– ¡De Ochota! – grito, pero seguramente ya no lo ha oído, porque ni siquiera ha mirado, tan sólo se ha marchado a escondidas hacia el barracón vecino y ha desaparecido.

– Oświęcim – dice alguien tras de mí a media voz. – Así que esto es Oświęcim…

¡¡¡Oświęcim!!! ¡Ya lo sé! Ya había oído algo sobre Oświęcim. ¿Así que ese Auschwitz es simplemente Oświęcim? Aquí murió el padre de Jacek, un compañero de la escuela, aquí murió mi tío y nuestro profesor. La palabra Oświęcim se decía en Varsovia en voz baja, con respeto y con miedo, seguramente. “De ahí no se vuelve” – dijo cierta vez papá. Así que esto es Oświęcim…

Ante nosotros, en el bosque, arde un gran fuego. Y echa tanta peste que hasta quita la respiración. El aire es pesado, grasiento, transporta algo desconocido, terrible. ¿Es así como huele la muerte? Quizás… aunque no lo sé, en Varsovia olía de otra manera: a polvo de ladrillo, a chamusquina, a algo agrio, crudo…

Como todos van rápido me cuesta seguirles el paso. Los equipajes, las maletas y los bultos. Las mujeres aprietan con fuerza pequeños hatillos, bolsos y paquetes: lo único que les queda. Yo también tengo un paquete de esos: algo de comida, una toalla y mis marineritos de plomo. Los encontré justo antes de salir del vagón.

¡¿Y esto qué es?! Giramos justo junto al bosque en el que arde el gran fuego. Continuamos por un camino, pero al cabo de un par de minutos se abre ante nosotros la boca de un enorme barracón. Es grande, sombrío, con portones como los de un pajar. Cuando iba al campo me gustaba mirar dentro del pajar. Hay tanto espacio allí, a ambos lados hay altos de montones de paja, bien alineados, una era fresca bajo los pies, el olor del heno, del calor, del verano.

Tras esos portones está oscuro, completamente oscuro. Las filas de gente desaparecen dentro de ellos como comidas por una enorme boca. Y mientras vagamos impotentes entre las paredes vacías, cuando buscamos un lugar en el suelo y chocamos con aquéllos que ya han conseguido acurrucarse, los grandes portones se cierran tras nosotros.

– ¿Y ahora vendrá el gas? – pregunto.

– No, seguramente todavía no – contesta alguien de forma indecisa.

Con cuidado palpo a mi alrededor, me siento en el suelo, coloco mi paquete al pie de la pared. Mis marineritos… aquí estarán bien, aquí nadie los chafará cuando me duerma. Si me quedo dormido… Miro a mi alrededor, pero aunque abro completamente los ojos no consigo vislumbrar nada en esta profunda oscuridad. Es sofocante, pesado, apetece llorar pero no se puede…

En algún lugar cercano un bebé ha roto a llorar, pero en seguida se ha callado, como si entendiese que aquí no se llora. Lejos del barracón silba una locomotora. ¿Quizás sea el mismo tren que nos ha traído hasta aquí? Como si se despidiese de nosotros. Nos deja aquí…

Observo la oscuridad. No puedo quedarme dormido, no puedo llorar. Cuando cierro los ojos veo a ese muchacho junto al vagón… alcanzado por las balas se retuerce… cae al suelo. ¡No! Debo alejar ese pensamiento de mí. No ver. Mañana…

Mañana no iré como solía hacer al jardín de la calle Filtrowa, no saldré a la calle Kaliska. No iré a casa de mi tía en la calle Tarczyńska. Mañana nos recibirá el campo de concentración.

¡Domirse, dormirse, despertarse en casa! No es verdad que estemos aquí, en Oświęcim… es un sueño, no es verdad…
mniej..

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